Últimamente me estoy dando cuenta de que el pequeño empresario hostelero tiende a dejar en segundo plano algunos puntos que, en realidad, son más importantes de lo creen. Por ejemplo, se tiende a pensar que la clave del éxito del típico bar de tapas está en el precio, la comida, la rapidez y la limpieza, pero cuenta a veces mucho más la amabilidad y profesionalidad de los camareros e incluso la imagen que presenten que lo maravillosa que sea la carta del restaurante. Veamos cómo debe ser un buen camarero o una buena camarera:
Está comprobado que un buen servicio es a veces más importante que el precio de nuestros productos en carta e incluso que la calidad de nuestra comida. Y con esto, que quede claro, no estoy diciendo que podamos servir lo que sea con una sonrisa porque, como ya sabréis, siempre digo que en el equilibrio de la balanza está la medida exacta de cada ingrediente. Pero sí que es verdad que ante dos establecimientos de hostelería, uno con comida aceptable y servicio perfecto, y otro con comida maravillosa y un servicio escaso, la gran cantidad de comensales prefiere el primero con diferencia.
Ahora bien, cuando hablamos de que nuestro servicio dé una buena imagen, no nos referimos a pasarnos de graciosos, ni de pesados, ni de cumplidores, sino a saber estar, exactamente, en el punto perfecto para la clientela.
Los camareros perfectos
Para empezar, debemos llevar un especial cuidado con el aspecto físico. Obviamente, en cualquier trabajo “cara al público” este factor es importante, pero en mi opinión lo es aún más en la hostelería pues se ha de relacionar todo con limpieza y un aspecto saludable. Para ello, no importa tanto la talla de pantalón que usen nuestros camareros y camareras (algo en lo que se están fijando demasiado ahora los grandes hosteleros), sino en la “planta” que tengan. Deben ir peinados, aseados e incluso oler a perfume (sin pasarse) y, para ello, tal vez sea necesario cambiarnos de camiseta al menos una vez durante la jornada si es un día de lleno total o muy caluroso, así evitaremos sudores indeseados. Pensad que aunque empecemos a sudar minutos después de cambiarnos otra vez, siempre será más higiénico si nos hemos aseado un poco antes.
En lo que se refiere a ropa, yo siempre aconsejo el uniforme. Podéis optar por ropa especializada como la de Bordamar que cuenta con productos seleccionados para hostelería o ir a una gran superficie tipo El Corte Inglés que pueda proveeros, pero esto segundo suele salir menos económico. Pero si no podéis, o no queréis ser tan tradicionales, siempre podéis pedir que os xerografíen con el logo o el nombre de la empresa en los típicos polos roly y llevarlos con un pantalón negro básico. Lo importante con la ropa son dos cosas: que de buena impresión y que quien la lleve sea reconocible como camarero.
Con respecto al maquillaje, sobre todo en las mujeres, hay que ser sutiles. No es necesario maquillarnos como una puerta para dar buena imagen: algo de luz y un toque de color sobrará para trabajar en este sector.
La personalidad del camarero o la camarera es también muy importante. Lógicamente no podemos cambiarla, no son robots, pero sí podemos pedirles cierto grado de simpatía y amabilidad, e incluso pedirles que sean capaces de diferenciar entre “estar atento” y “resultar pesado”.
Por ejemplo, el que se pasa de gracioso con los clientes no suele caer bien, al contrario, tiende a ahuyentar a la clientela, pero si sabe cuándo ser simpático puede ganar muchos puntos. La amabilidad ante todo, por supuesto, pero no debe confundirse el «estar atentos» por si necesitan alguna cosa, con el incordio de tener a un camarero acercándose cada dos por tres a tu mesa preguntándote si te falta o necesitas algo. Esto último puede resultar muy cansino, sobre todo si la presencia del camarero corta conversaciones importantes de los comensales sin necesidad alguna.
Pero ¿cómo podemos conseguir ese tipo de empleado? Para empezar, conforme contratéis a alguien nuevo dejadle claras estas premisas y luego observad su comportamiento. Si es bueno, no lo soltéis, si veis que puede aprender, no lo soltéis, pero si comprobáis que no funciona en el equipo o no es buen trabajador, no temáis decírselo e incluso despedirlo educadamente, porque hay mucha gente dispuesta a intentar dar lo mejor de sí mismos y yo soy de las que opina que no hay que ir cambiando de empleados cada dos por tres, es mejor darles una estabilidad, pero siempre y cuando sean buenos. De lo contrario, seguid buscando.